Para despedir a la voluntaria española, Mar, organizamos una fiesta para los niños. Pasamos la mañana de compras para encontrar los ingredientes y haciendo manualidades con los niños para hacer decoraciones para la fiesta con papel de periódico. Por la tarde estuvimos cocinando una ensalada de pasta gigante y unas 7 gran tortillas. Para cocer la pasta y freir las patatas utilizamos el fuego de leña en el patio porque el gas les resulta muy caro. Las niñas nos ayudaron a pelar y cortar los 5 kilos de patatas y los niños a manejar el fuego.
Tuvimos la mala suerte de que lloviera y no pudimos hacer la fiesta en el patio. Nos tuvimos que conformar con hacerla dentro. RCH decidió que ese día era el momento para decidirse a invertir en un altavoz grande, pues hace tiempo que necesitaban uno para que los niños bailen en las fiestas.
Desde primera hora de la tarde los niños ya habían empezado la fiesta y se divertían bailando Manu Chao o música disco. Al atardecer servimos la comida. Pero olvidamos que es difícil que a los niños les guste la comida diferente a la de su propia cultura (imaginad a un niño comiendo comida mejicana). La tortilla se la comieron más o menos, pero la ensalada, se escapaban al jardín para tirarla. Y es que, porque un niño haya pasado hambre tampoco quiere decir que se lo vaya a comer todo como si no tuviera papilas gustativas. Así que nos quedó ensalada a las voluntarias para tres días. Descubrimos que las aceitunas era un sabor muy fuerte y extraño para ellos, pues algunos pequeños quisieron comer ensalada los días siguientes pero sin comerse las aceitunas.
Después de comer se vistieron con sus trajes de danza. Las niñas se trenzaron el pelo y se maquillaron la cara de blanco con dos círculos colorados en los mofletes y la sobra de los ojos dorada. Nos deleitaron con unos cuantos bailes. Primero los pequeños, ¡supermonos! Era para comérselos a bocaditos. Y luego algún baile en grupo de las niñas, algún solo de Asha, o por parejas como Bipana y Sanju. También los niños tienen un baile por parejas, Raju y Sudip, muy gracioso que es como una pelea entre dos hombres nepalis tradicionales.
Tuvimos la mala suerte de que lloviera y no pudimos hacer la fiesta en el patio. Nos tuvimos que conformar con hacerla dentro. RCH decidió que ese día era el momento para decidirse a invertir en un altavoz grande, pues hace tiempo que necesitaban uno para que los niños bailen en las fiestas.
Desde primera hora de la tarde los niños ya habían empezado la fiesta y se divertían bailando Manu Chao o música disco. Al atardecer servimos la comida. Pero olvidamos que es difícil que a los niños les guste la comida diferente a la de su propia cultura (imaginad a un niño comiendo comida mejicana). La tortilla se la comieron más o menos, pero la ensalada, se escapaban al jardín para tirarla. Y es que, porque un niño haya pasado hambre tampoco quiere decir que se lo vaya a comer todo como si no tuviera papilas gustativas. Así que nos quedó ensalada a las voluntarias para tres días. Descubrimos que las aceitunas era un sabor muy fuerte y extraño para ellos, pues algunos pequeños quisieron comer ensalada los días siguientes pero sin comerse las aceitunas.
Después de comer se vistieron con sus trajes de danza. Las niñas se trenzaron el pelo y se maquillaron la cara de blanco con dos círculos colorados en los mofletes y la sobra de los ojos dorada. Nos deleitaron con unos cuantos bailes. Primero los pequeños, ¡supermonos! Era para comérselos a bocaditos. Y luego algún baile en grupo de las niñas, algún solo de Asha, o por parejas como Bipana y Sanju. También los niños tienen un baile por parejas, Raju y Sudip, muy gracioso que es como una pelea entre dos hombres nepalis tradicionales.
Cuando llegué y me enteré que les gustaba tanto la danza lamenté no haberme traido mis cosas de danza del vientre, pero les prometí una actuación. Me las apañé para hacerme un cinturón de cascabeles atando tres pulseras para el pie que es un instrumento tradicional aquí que venden en los souvenirs. Me puse el pantalón del kurda, el top del sari y usé el fular del kurda como velo. Me solté el pelo, me maquille y me puse un collar como diadema. Cuando aparecí se quedaron impresionados, pero más aún cuando me vieron bailar. Se quedaron con la boca abierta y me pidieron que repitiera la actuación. Estuvieron varias semanas hablando de ello, recordando a la perfección algunos de los pasos que más les gustaron, imitándome.
Lo que fue una sorpresa para nosotras fue la ceremonia de despedida que le hicieron a Mar al día siguiente. Los niños hicieron un semicírculo y la sentaron en medio. Goma le agradeció sinceramente su ayuda, luego Harry, y todos los niños a coro repetían “Thank you, Miss” y “Welcome, Miss” pidiendo que volviera. Le pusieron un tica y un collar para bendecirla, y le regalaron un fular de cashimir. Luego, uno por uno se acercaron para despedirla con un abrazo muy emotivo. Yo lloré como una magdalena. Pero para no quedarnos con la pena tuvimos un último baile nepalí todos juntos, muy alegre y divertido, antes de irnos a dormir. Por la mañana la despedimos todos saludando con la mano desde la puerta mientras cogía el taxi a la estación de autobuses.
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